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Lo prometido es deuda. Como prometí en el encuentro de Café Literario: "Historias que dejan marca". Acá va mi cuento que recibió mención en el Certamen Nacional Leopoldo Lugones 2019. Como me pasa con todos mis cuentos, le cambiaría algunas palabras, lo puliría un poco más, pero resisto la tentación y lo dejo tal cual como fue al concurso. Gracias a todos por los lindos mensajes. Maru Un avión imposible de olvidar Todo cambió cuando apareció el avión. Fue en enero del ´86 en el campo de la abuela en La Falda, Córdoba. Era una noche calurosa, sin luna y un aire tibio nos mantenía reunidos en la galería. La sobremesa del asado se había extendido más de lo habitual. Los hombres hablaban de política con un whisky en la mano y las mujeres tomaban café en tazas chicas, sentadas en los sillones de mimbre blancos. Nosotros jugábamos, en pijama, a las escondidas, que de noche nos parecía más atractivo. Desaparecíamos para elegir un escondite ingenioso y una vez que encontrábamos un re

Calidoscopio

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Escribo y escribo, y en ese avance de palabras sueltas se va tejiendo la idea que tengo en la cabeza, sigo escribiendo como si no quisiera que ese momento se termine.  Pero otras veces no sale fácil, tacho, escribo, vuelvo a escribir, inclusive cambio de narrador y vuelvo a empezar la misma historia como si estuviera viendo la idea a través de un calidoscopio y ninguna imagen que veo me convence.  Es una frustración cuando un cuento no sale como esperábamos.  Como una vuelta de golf, a veces hay ronda buenas, otras extraordinarias y otras para el olvido. No sé si este cuento lo sepultaré entre archivos.  Lo bueno es que siempre tengo una hoja en blanco dispuesta a ser escrita. Siempre hay un nuevo comienzo para las palabras, una nueva idea, una nueva historia que me hace cosquillas y me hace volver al ruedo.

Ni chicha, ni limonada.

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Ni chicha, ni limonada.  ¿Por qué usamos esa frase? A veces me siento un poco así: ni una cosa ni la otra. Parece que siempre los extremos están bien definidos y en el medio hay un gran resto.  Me siento un ser minúsculo en el centro de este limbo. ¿Por qué será que es más fácil el descarte? No soy ni chicha ni tampoco soy limonada. Pero en ese gran descarte no todo se puede “meter en una misma bolsa”. En ese caos, hay diferencias. Me atrevería a decir que en ese limbo podemos diferenciar los polos y volver a descartar los extremos e ir, poco a poco, desmenuzando ese gran embrollo. Parece que estuviéramos repartiendo caramelos entre dos. Dos acá, dos para allá. Pero no estoy hablando de caramelos.   Ni chicha ni limonada, ese no pertenecer a ningún grupo, ni de acá ni de allá. ¿Cuántas veces nos sentimos así? Uno escribe líneas y no tienen porque encajar en un texto, puede no ser la línea perfecta de un comienzo. A veces se escribe así: no es una cosa ni la otra.  Esto q

Pelirroja & feliz

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En la cuarentena soy pelirroja. También soy rubia y castaña. En fin, tantos matices de colores que cualquier peluquero se infarta al verme. A veces, me parece que no es para tanto, pero mi familia me mira raro, así como si tuviera un mono en la cabeza y entonces me digo a mí misma que la décima será la vencida y si la cuarentena tiene algún sentido, será que aprenda a teñirme el pelo lo más uniforme posible. A mis cuarenta tengo más cambios de looks que a mis veinte.             Además de ser pelirroja, en esta cuarentena, como todo el mundo, empecé a cocinar: brioche, yogur, risotto y sopa de tomates que es un “manjar” como decía mi mamá. Al comienzo se me dio por cambiar los muebles de lugar, que cada miembro de la familia tuviera una mesa o escritorio para estudiar y trabajar al lado de una ventana. Me inventé un nuevo rincón con un escritorio antiguo y me gusta creer que tiene su encanto o magia propia, ya que escribo y también tengo mi soledad. Esa soledad que se sintió arras
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¿Qué clase de peces somos? Me siento un pez. Un pez confinado. El vidrio de la ventana es el límite al cual me enfrento cada día, sabiendo que es inamovible. Con la nariz contra el vidrio observo a los demás peces, que como yo, están nadando en su propio aislamiento. En vez de departamentos veo peceras apiladas. Un silencio opresivo nos mantiene en un formol de pánico. ¿Y si me contagio? En esta metáfora de peces, el aislamiento es el agua, que comenzó límpida y pura al comienzo de la cuarentena y ahora no es más que un caldo turbio y maloliente que no se soporta. Así fue como en los primeros días con el agua cristalina nos sentíamos llenos de energía. Nadábamos de un una punta a la otra de nuestra pecera: ordenando, cocinando y limpiando a fondo nuestro hogar. Sin embargo, algo pasó en esta quietud, en este encierro forzoso que en algunos días nos vio flotar y nadar lo minino en el centro de la pecera. Ya no hay novedad ni asombro y los días se clonan sin importar si son un marte