En la cuarentena soy pelirroja. También soy rubia y castaña. En fin, tantos matices de colores que cualquier peluquero se infarta al verme. A veces, me parece que no es para tanto, pero mi familia me mira raro, así como si tuviera un mono en la cabeza y entonces me digo a mí misma que la décima será la vencida y si la cuarentena tiene algún sentido, será que aprenda a teñirme el pelo lo más uniforme posible. A mis cuarenta tengo más cambios de looks que a mis veinte. Además de ser pelirroja, en esta cuarentena, como todo el mundo, empecé a cocinar: brioche, yogur, risotto y sopa de tomates que es un “manjar” como decía mi mamá. Al comienzo se me dio por cambiar los muebles de lugar, que cada miembro de la familia tuviera una mesa o escritorio para estudiar y trabajar al lado de una ventana. Me inventé un nuevo rincón con un escritorio antiguo y me gusta creer que tiene su encanto o magia propia, ya que escribo y también tengo mi soledad. Esa soledad que se sintió arras